“Yo me paso encontrando con el 15%. Lo importante es que el 15 es grande, aparentemente. Yo voy al supermercado y digo: me encuentro con el puro 15%”, señalaba la Presidenta, Michelle Bachelet, el día 3 de octubre de 2016, en consejo de gabinete. Más de alguien puede haber encontrado gracioso el comentario, nunca está de más el sentido del humor; menos en situaciones en donde hay un rechazo tan amplio a la labor realizada. ¿Quién, en su sano juicio, esperaría que una comunidad religiosa, como la iglesia evangélica, aplaudiera la obra valórica realizada por este gobierno y solo actuaran como meros espectadores ante su aparición (como todos los años)?
Dicho lo anterior, el panorama, no ha cambiado de manera significativa y, lamentablemente, todos sabemos que llegaría el momento en que la mandataria tendría que encontrarse con el resto de la población. Esa que no se le aparece en el supermercado. Lo vivido en el Te Deum Evangélico, estoy seguro de que quedará registrado como la primera vez que una presidenta abandona el lugar sin despedirse de quienes la recibieron.
Poco antes de ingresar a la Catedral Evangélica de Chile se escucharon algunos gritos, por parte de algunas personas instaladas a las afueras que le gritaron: ¡Asesina! En directa alusión a la ley de aborto. No obstante, la situación más compleja la viviría al interior del templo; lugar en el que tendría que soportar que Eduardo Durán (hijo del Pastor Gobernante de la Catedral y, también, candidato a diputado por Chile Vamos) vapuleara su “legado” en materias valóricas y, adicionalmente, le hiciera un guiño tremendo a Sebastián Piñera, como el candidato presidencial que tendría real sintonía con los evangélicos en Chile.
¿Quién, en su sano juicio, esperaría que una comunidad religiosa, como la iglesia evangélica, aplaudiera la obra valórica realizada por este gobierno y solo actuaran como meros espectadores ante su aparición (como todos los años)? Si alguien tenía esa expectativa, definitivamente pecó de inocente. Los evangélicos, en Chile, representan, aproximadamente, el 20% de la población y la mayor parte de ese grupo no forma parte de ese “15%” que se encuentra, en el supermercado, con la presidenta.
Puede que los representantes del gobierno de turno no crean en Dios y consideren a la Biblia como un libro de ciencia ficción. No obstante, no es la misma visión que tiene la iglesia evangélica, quienes actúan en función de su cosmovisión (postura tan legítima como la que pudiera tener cualquier persona o grupo en el país). Adicionalmente, convengamos que éstos también son ciudadanos, merecen respeto; no tienen ni más ni menos derechos y deberes que cualquier otro chileno.
Lamentablemente, se ha posicionado al pueblo evangélico, en el inconsciente colectivo, al nivel de un grupo extremista (cual Estado Islámico), haciendo un excelente uso de la imagen del Pastor Soto. Una especie de equivalencia entre él y la iglesia evangélica. Claro, si la gente los visualiza como los “típicos canutos”, esos que provenían de un sector marcado por la pobreza y la falta de educación, lo que sea que puedan señalar no será relevante para la opinión pública, una expresión más de la locura a la que nos tienen acostumbrados.
En síntesis, los han dejado como un grupo que no aporta al debate público, que no debe ser considerado, ya que el extremismo religioso es peligroso para una democracia como la que tenemos. ¿Peligroso para quién? ¿Para quienes quieren imponer su agenda valórica? ¿Para quienes tienen intereses que difieren respecto de los que tiene esta iglesia? Es interesante esa lógica, ya que postulan la imagen del pueblo evangélico como el único grupo en el país que persigue sus propios intereses y que busca imponer su posición a todos los chilenos; como si los lobistas del congreso -empresas, organizaciones homosexuales, organizaciones feministas, entre otros- solo fueran a hacer turismo y a tomarse unos cafés con los senadores y diputados. Tremenda falacia, éstos persiguen los mismos objetivos que cualquier otro grupo de interés. Situación que me parece indiscutiblemente legítima (son las reglas del juego), pero eso de venderse como organizaciones desinteresadas que solo persiguen el bien común, nadie lo cree.
La iglesia evangélica de hoy está lejos de ser similar al estereotipo que han intentado remarcar en la opinión pública. En la actualidad, ésta se encuentra conformada por diversos grupos de la sociedad: políticos, empresarios, académicos, profesionales, técnicos; personas de diversos estratos sociales. Un conjunto de personas realmente pluralista, que conoce los procesos de toma de decisión existentes en el país y que está dispuesto a influir en las diversas esferas de poder con el fin de posicionar los valores cristianos y responder al deterioro moral que está viviendo el país.
Los evangélicos son un grupo relevante en la sociedad. Por algo los operadores políticos (de todos los colores) aparecen pidiendo ayuda en las iglesias cuando están en campaña. Esta vez, la mayoría de esa población es parte del 85% que no aprueba la gestión del gobierno. El Te Deum fue solo una primera cucharada del descontento existente, el costo político de tomar decisiones sin respetar acuerdos .